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La carrera de Jake Gyllenhaal no deja de ponerse interesante. Aunque hay quienes tardaron en tomarle confianza (su personaje en Prince of Persia: The Sands of Time tampoco ayudó), desde sus inicios el actor había mostrado rango e interés en proyectos exigentes, como October Sky, The Good Girl y la sensacional Donnie Darko. Sin embargo, no fue hasta Brokeback Mountain que el actor captó más atención, poco a poco convirtiéndose en uno de los actores más versátiles del Hollywood actual.

En Demolition de Jean-Marc Vallée, Gyllenhaal interpreta al banquero Davis Mitchell quien, tras perder a su esposa en un accidente, decide buscar alternativas ya que a raíz del trágico incidente descubre que su estilo de vida corporativo no le satisface.

Tras un frustrante desencuentro con la máquina expendedora de golosinas del hospital (que extrañamente parece afectarle más que la muerte de su esposa), empieza una distante relación con la encargada de quejas de la empresa a la que pertenece la máquina en cuestión (Naomi Watts en un papel irrelevante).

De las fugaces interacciones con Karen Moreno (Watts) nace la relación más importante de Mitchell (un Gyllenhaal efectivo, que rescata la película); gracias a sus constantes quejas conoce a la mujer detrás del teléfono e inicia una improbable amistad con el inadaptado hijo de ésta (el joven Judah Lewis, quizá el mejor en pantalla), con quien gusta encontrar edificios abandonados y demolerlos, además de tener dolores e intereses en común.

Con un tono irregular y arriesgado que navega entre el drama y la comedia negra, Demolition está llena de metáforas y simbolismos obvios que – de no ser por el tête a tête entre Gyllenhaal y su joven contraparte – no dejarían sobrevivir nuestra atención e interés por más de media hora en una película.

Si bien termina de establecer a Gyllenhaal como una súper estrella del cine internacional, capaz de sacar provecho hasta del material más genérico y emocionalmente chantajista (un sello en la reciente filmografía del director), también demuestra que Vallée pide a gritos una reinvención.

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