Por años, Moby Dick de Herman Melville ha sido una de las novelas norteamericanas más veneradas y referenciadas. La épica ficción está inspirada en la verdadera historia del navío Essex y su trágica expedición ballenera de 1820 en Massachusetts, así como algunos detalles sacados de otra expedición similar en la Isla Mocha, Chile. El director Ron Howard se nutre de esta primera historia real para In the Heart of the Sea (En el Corazón del Mar), donde repite a Chris Hemsworth en el rol protagónico después de su efectiva mancuerna en Rush.
Hemsworth es Chris Owen, el segundo al mando en el barco comandado por el inexperimentado capitán George Pollard (Benjamin Walker), que zarpó en el siglo XIX de Nueva Inglaterra con la misión de cazar ballenas. Cuando un titánico y raro espécimen con inexplicable sentido de venganza mandó la expedición por la borda, Pollard y Owen se vieron frente a una tripulación a la deriva, hambrienta y al borde de la demencia durante 90 días.
La historia no contada del Essex en la obra de Melville cobra vida en la pantalla grande a través de flashbacks provenientes de un viejo Thomas Nickerson (Brendan Gleeson), quien durante su adolescencia (ahí interpretado excelentemente por Tom Holland) fuese el más joven tripulante y uno de los sobrevivientes de tan sonada tragedia; además de un desangelado Melville (Ben Whishaw, irrelevante).
Con las dos líneas temporales, el director cuenta la entrevista que germinó Moby Dick y la historia real que la inspiró; pero In the Heart of the Sea carece de las connotaciones sociales y simbolismos que hacen de la novela un clásico de la alegoría, siendo simplemente una efectista historia de aventuras que se toma demasiado en serio.
Además del excelso trabajo de Hemsworth (quien muestra una impactante transformación física) y Holland, y los extraordinarios efectos especiales (convincentes en la interacción de los personajes humanos con la temible ballena gigante); la película no tiene mucho que ofrecer, sobre todo si tomamos en cuenta la grandeza de Moby Dick. Howard demuestra involuntariamente que a pesar de ser uno de los mejores directores para la creación de escenarios majestuosos, muchas veces es mejor no desmitificar historias que el tiempo ha depositado en un lugar especial. Si la realidad no supera a la ficción, ¿para qué moverle?