En Goodnight Mommy (Dulces Sueños, Mamá), dos niños, hermanos gemelos, juegan inocentemente a esconderse en el campo austriaco antes de volver a casa. Ya instalados en su solitario hogar, son testigos del regreso de su madre, quien pronto sabemos estaba ausente siendo sometida a algún tipo de intervención quirúrgica en el rostro, razón por la cual vuelve vendada e irreconocible (debido a la hinchazón de los pocos lugares visibles en su rostro). Los niños, por su parte y más allá de la incógnita que encierra el nuevo aspecto de su madre, de inmediato sienten que algo no está del todo bien con ella.
Presentada y producida por el torcido y genial Ulrich Seidl, además de haber sido “filmada en gloriosos 35mm”, el debut como directora de la periodista Veronica Franz (esposa del ya mencionado Seidl), quien comparte el crédito con Severin Fiala, nos remite al Michael Haneke de Funny Games, jugando con nosotros a través de la inocente imagen de los gemelos (Lukas y Elias Schwarz), con quienes somos testigos del extraño comportamiento post cirugía de la madre (la excelente Susanne Wuest), mismo que les hace sospechar que, probablemente, se trata de alguien más.
Interrogatorios sobre su vida personal y su pasado, además de pruebas para ver si en efecto se trata de ella (los gemelos deciden hacerse el mismo corte de cabello para ver si los distingue, por ejemplo) se convierten lentamente en los motivos principales de Lukas y Elias (los personajes conservan el nombre de los actores) para convencerse que la mujer que ahora duerme bajo las sabanas de su madre es, en efecto, una extraña. ¿Pero de verdad lo es?
La rebelión de los chicos de inmediato se hace explícita cuando, conforme la madre va descubriendo su cada vez menos dañado rostro y mostrando uno nuevo (muy distinto y rejuvenecido respecto al que vemos en fotografías y videos familiares), somos testigos de la aparentemente inocente planificación de los gemelos en caso de necesitar responder a dicha invasión.
Es justo cuando todas las dudas expuestas por el violento y anormal comportamiento de la madre hacen aparente que los chicos podrían tener razón, el dúo de directores decide dar una vuelta en U, antes que la película se estrelle con ese muro llamado cliché. Aquí es donde Haneke zumba en los oídos.
Decir que el tercer acto de Goodnight Mommy es solamente perturbador por la violencia física y psicológica es poca cosa, pero lo más sorprendente es de dónde viene la violencia y hacia quién. Todo se viene abajo en la relación entre los gemelos y la madre, tocando un fondo del cual ninguno puede dar vuelta atrás. Aunque la resolución se siente un poco de fórmula, una salida fácil al enredo, satisface por los guiños de perversidad y sadismo que durante el contenido – pero no por ello menos ascendente – clímax nos mantiene perturbados, sin saber qué esperar de la dirección que la película puede tomar.
Incapaz de negar la ya mencionada influencia de Haneke en su contenido y ejecución, pero también llena de otras referencias a Hitchcok, Bradbury y Eyes Without a Face (una joya de 1959 dirigida por Georges Franju), la película de Franz y Fiala sobresale por su tratamiento más paciente y confiado del poder en el terror psicológico. Goodnight Mommy no está predestinada a la gloria en los anales de la historia del cine, pero le dará de qué comer al par de directores cuando (muy seguramente) Hollywood les ofrezca un jugoso cheque por el inevitable remake.