Alguna vez el pionero de la animación para adultos, Ralph Bakshi, dijo que la caricatura debía hallarse siempre al límite de la vulgaridad, ya que era arte popular; «para la clase baja como el rap y el graffiti, vulgar pero creíble.» La naturaleza de la caricatura es la ironía de los hechos cotidianos, si siguiéramos la influyente herencia del cartón periodístico; sin embargo, a partir del legado de Walt Disney, en el cine animado se diluyó esa tendencia para ser asociada por varias décadas a un público infantil.
A partir de la década de los setenta se optó por reivindicar este formato, con múltiples posibilidades como mostraron infinidad de animadores y cineastas, que se encargaron de definir una gama de posibilidades y un lenguaje reflexivo para abordar temas cada vez más complejos y alejados de lo que el cine de Disney había acostumbrado.
Por ello, tenemos lo mismo filmes que combinan el live action con animación, que formatos en dos y tres dimensiones para contar historias de realidades intrigantes, dotando de vida a aquello inanimado para exponer lo más acertado y despreciable de la naturaleza humana.
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Waltz with Bashir (Ari Folman, 2008)
Este es documental animado sobre la Guerra del Líbano en 1982, en voz de sus partícipes, incluyendo al director quien 20 años atrás fue parte de las fuerzas armadas del ejército israelí, lo cual otorga un carácter sumamente íntimo a la primera cinta animada en ser nominada por Mejor Película en Lengua Extranjera. Haciendo alusión a los ideales de Bakshi, el artista David Polonsky (encargado de la animación), a pesar de ser diestro decidió dibujar todo con su mano izquierda dado que consideraba que sus imágenes iniciales eran «muy bonitas.» El director llegó a un punto culminante cuando en The Congress (2013) mezcla animación con live action, en un futuro fascista donde la esencia de los actores es extraída, empaquetada y comercializada para los más denigrantes usos.
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Animal Farm (Joy Batchelor y John Halas, 1954)
Basada en la cruda fábula de George Orwell, este filme británico logra trasladar la caricaturización literaria (si dicho término es posible) de la crisis entre la clase trabajadora y la burguesa, a una animación que engañosamente puede verse en ciertos momentos infantil, pero que – al igual que el libro de Orwell – esconde un fuerte mensaje político, sumamente crítico en cuanto a los roles que las mayorías y minorías cumplen en la sociedad. Esas ovejas esclavizadas y los cerdos de etiqueta no son de a gratis.
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Fritz the Cat (Ralph Bakshi, 1972)
El gato Fritz es el vehículo a través de quien vemos una sátira sobre los ideales y contexto sociopolítico nortamericano de medianos de los sesenta. Drogas, conflicto de derecha e izquierda, racismo y un muy sugestivo tono sexual (que provocó la primera clasificación X para una cinta animada en Estados Unidos) lo convirtieron en el filme animado independiente más exitoso de todos los tiempos, al superar los $100 millones de dólares en taquilla. Para muestra, esa sesión (casi) sexual entre un Fritz pacheco y una cuerva.
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A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006)
La mayor parte de las cintas inspiradas en alguna novela de Philip K. Dick tienen mucho que decir, y en este caso, Linklater refleja todo el discurso de la crisis de identidad y drogas desde el formato animado que, con la técnica del rotoscopio (calcar una imagen sobre otra, en este caso secuencias animadas sobre live action), nos hace sentir en una realidad alterada, corrompida. Junto a Waking Life, este par de filmes constituyen un particular enfoque, con la animación como un vehículo reflexivo sobre la realidad y el por qué de las cosas.
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Street of Crocodiles (Stephen Quay y Timothy Quay, 1995)
Los hermanos Quay han sido para el cine animado un suceso que ha pasado casi desapercibido, quizá debido a su oscura estética, carente de diálogos y argumentos basados en obras literarias. Sin embargo, ha sido muy valorada por directores como Terry Gilliam, quien han dicho que la pareja de hermanos han sido de lo mejor que le ha pasado al cine animado. Cortos poco digeribles que mezclan stop motion, animación en 2-D y marionetas.
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Persepolis (Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi, 2007)
Otro ejemplo de cómo el punto de vista infantil de un evento de grandes repercusiones (en este caso, el fundamentalismo Islámico) puede enriquecer en ocasiones el enfoque adulto. En este caso la adorable Marji, derivado de una inquietud por naturaleza y un viaje a Vienna, tiene una actitud reaccionaria y cuestionadora acerca de la sociedad, algo que literalmente es penado con la muerte donde vive.
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Akira (Katsuhiro Otomo, 1988)
Esta maravillosa cinta distópica (que podría tener su propia serie televisiva en un futuro cercano), situada en Tokio en 2019, si bien presenta intrépidas secuencias de acción, también está llena de elementos que constituyen un complejo trasfondo que -como todo buen material postapocalíptico – pone las cartas en la mesa sobre problemas actuales, con sus superlativas repercusiones en el futuro.