¿Cómo se puede mostrar ignorancia y desprecio hacia un género icónico como el peplum? ¿De qué manera se consigue una imaginería tan cheesy que haga ver a los mismísimos hermanos Wachowski como sofisticados? ¿Cómo se las puede arreglar alguien para congestionar el cuadro durante dos horas con deidades de look metrosexual, amazonas con pronunciados escotes como si fueran hijas putativas de Frank Miller, templos cuya arquitectura se antoja imposible, cosmología pop, un bestiario creado con lo más rudimentario del CGI y héroes sin ningún atributo? ¿Cuál es el método más efectivo para convencer a un puñado de actores y actrices de hacer el ridículo mientras se intenta contar una historia que mezcle intrigas familiares, tragedia, aventuras épicas y romance? Las respuestas las tiene esa otrora promesa de nombre Alex Proyas.
Que lejana y brumosa se ve aquella época donde Proyas impuso una estética que bebía tanto del noir como del comic. Porque esta deformación de la mitología egipcia, como ya ocurrió con la griega en el no menos fallido díptico moderno Clash of Titans, se divide únicamente entre los momentos extravagantes (en donde caben, entre otros, un demonio lovecraftiano, una suerte de barca espacial, dioses de cuyas venas en vez de sangre corre oro, un par de asesinas lesbianas las cuales cabalgan cobras gigantes que escupen fuego, y…¡robots!); secuencias que escamotean cualquier viso al viaje campbelliano como si este ya fuera asunto del pasado; e interludios cómicos fuera de lugar.
Lo de menos entonces es el relato en torno a la alianza que realizan un dios auto-exiliado y un ladrón de poca monta para derrocar al pérfido y megalomaniaco tío del primero (Gerard Butler trasladándose de la batalla de las Termópilas al antiguo Egipto, para repetir gesticulaciones y bramidos) el cual de forma advenediza tomó el poder de la región, y de paso rescatar del limbo a la novia del segundo; porque Proyas es incapaz de ver siquiera las posibilidades del espacio profílmico en las pavorosas escenas de acción, ni de construir personajes, ni de jugar con una paleta de colores, reduciéndose a una fijación por inocuas imágenes en dorado. Y pensar que la película fue notoriamente concebida para convertirse – en un futuro no muy distante – en una franquicia…