Ya decíamos, a propósito de La Vida Después, que una cualidad prematura del director David Pablos residía en su sutileza y sensibilidad: la premonición de la tragedia, cierto resentimiento que estalla intempestivamente, o la ruptura inminente de los personajes, Pablos lo representa con un ligero cambio de expresión en los rostros de estos o con un diálogo contenido sabiendo que más adelante resonará.
En Las Elegidas, anteponiéndose a la resolución de las secuencias relacionadas con sexo clandestino, quitándole su carácter sórdido y crudo (retratando a una serie de hombres de edades y físicos variopintos de pie y con los torsos desnudos en un cuarto de paredes blancas, mientras que el diseño sonoro provoca que placer y dolor se confundan); se encuentran las conversaciones entre un par de hermanos pertenecientes a un clan dedicado a la trata de personas, en las cuales el mayor de los dos explica de manera despreocupada y amoral las reglas para tratar y cortejar metódicamente a mujeres jóvenes de rasgos similares convertidas automáticamente en moneda corriente.
Son precisamente en aquellas charlas donde el director concentra con talento el verdadero drama; nuevamente la herencia familiar es una condena, por ende el protagonista Ulises (Óscar Torres) no sólo se ve obligado a confesarle a Sofía (Nancy Talamantes), su novia de catorce años, que ella será su primera víctima dentro del negocio, sino que para intentar sacarla y alejarla de ese ambiente, deberá de caer en un círculo vicioso, seduciendo y chantajeando a nuevas jovencitas.
Trasladando el relato de la novela homónima escrita por Jorge Volpi de Tenancingo, Tlaxcala – tradicionalmente la cuna de la explotación sexual, en la cual ser padrote es visto como un estilo de vida – a la Tijuana de El Hogar al Revés, con madres ausentes que trabajan todo el día en maquiladoras y adolescentes sin expectativa posible; Las Elegidas (a pesar de algunos tics propios del cine autoral, como el uso de no-actores inexpresivos y carentes de atributo alguno) es una brillante radiografía no tanto de cómo funcionan las redes de la prostitución en el país sino de cómo la complicidad, inacción y alienación en torno a la violencia y el crimen se ha convertido en cotidiana y normativa (Sofía describiéndole a un cliente habitual qué ocurre diariamente afuera del motel donde permanece secuestrada). Significa un paso hacia adelante en la carrera de David Pablos.