Hace un par de años, el público fue sorprendido por la adaptación a cines del cómic Le Transperceneige que, en las manos de Joon-ho Bong (The Host, Mother) se convirtió en la alegórica El Expreso del Miedo (Snowpiercer). La acertada forma en que la película del sudcoreano simbolizó la lucha de clases que día a día enfrenta la humanidad, además del espectáculo visual del que se sirve para expresar sus ideas, la posicionó rápidamente como una favorita para convertirse en un trabajo de culto.
En aquel caso, el tren que titula la película sirve para simbolizar de forma horizontal las escalas sociales a las que sus personajes deben anteponerse, siendo los que habitan el frente los más privilegiados. Para la reciente El Rascacielos (High-Rise, 2015), el británico Ben Wheatley acude a una idea similar, inspirada en los escritos de J. G. Ballard, pero trasladando la alegoría social a un edificio inconcluso, donde los privilegios pertenecen a quienes habitan los niveles más altos del mismo.
Ahí el director nos presenta al Dr. Robert Laing (Tom Hiddleston, quizá lo mejor de la película) quien en medio de un derruido edificio de 40 pisos, desolla un perro al que pone a rostizar antes de hacer el recuento de sus últimos tres meses en ese lugar; violencia, orgías, rebeliones y anarquía generalizada son las imágenes que nutren sus recuerdos más recientes, a través de los cuales el director establece el escenario post apocalíptico ya sugerido desde sus primeras imágenes en pantalla, así como el descenso emocional consecuente.
Es gracias a su desbocado estilo, lleno de excesivas y grandilocuentes composiciones visuales, que Wheatley capta nuestra atención desde el primer instante. Su interpretación del futuro distópico planteado por Ballard – respetuoso siempre de su visión setentera de la época (el diseño de producción tiene dejos vintage que contrastan con el imaginario futurista de aquella década) -, es ejemplar, pero resultan contrastantemente fallidos sus intentos por desarrollar completamente a los personajes.
El Rascacielos no tiene desperdicio en cuanto al festín audiovisual ofrecido por Wheatley y compañía (también el soundtrack es sobresaliente), pero su flácida manera de adentrarse en la psique de personajes es la que nunca termina de justificar muchas de sus acciones para escalar a los pisos más elevados o, de plano, ignorar los constructos sociales que determinan tal organigrama, poniendo como única motivación una insípida e irracional demencia que contrasta en calidad con sus inspirados valores de producción.
Wheatley es un director ambicioso que ya ha mostrado talento en películas como la también apocalíptica comedia Sightseers (2012) o A Field in England (2013), un drama de horror situado en la guerra civil inglesa. Pero su talento y visión se ven entorpecidos por una arriesgada necedad por abarcar demasiadas historias, convirtiendo El Rascacielos en su película más floja a la fecha, no obstante el sobresaliente trabajo de su elenco multi estelar, complementado con nombres reconocidos del cine inglés como Sienna Miller, Jeremy Irons, Luke Evans y Elisabeth Moss.