El género de terror goza de una latente salud hoy en día. Basta ver el éxito que han alcanzado películas como Dulces sueños, mamá (Severin Fiala y Veronika Franz, 2014) o The Babadook (Jennifer Kent, 2014) que, aún tratándose de esfuerzos más independientes que aquellos promovidos por los grandes estudios, han tenido cierto seguimiento que las convierte en piezas de culto a pesar de su reciente existencia.
En ese renglón entraría La Bruja (The Witch) de Robert Eggers, aunque, en este caso, la ópera prima del director estadunidense de 32 años también podría clasificarse como un drama familiar de época, donde la fe juega un importante papel más allá de los sustos simples y gratuitos a los que el género suele someternos con facilidad.
La historia de La Bruja, inspirada en leyendas y testimonios de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, nos acerca a William (Ralph Ineson), el patriarca de una familia puritana que, huyendo de su natal Inglaterra, se encarga de una plantación de maíz con su esposa Katherine (Kate Dickie, formidable en su demencial descenso a la irracionalidad) y sus 5 hijos.
Una tarde mientras Thomassin (Anya Taylor- Joy), la hija mayor, tiene bajo su cuidado al más pequeño de sus hermanos, éste desaparece inexplicablemente en lo que ella asegura fue el acto de una bruja que habita el bosque que rodea la plantación familiar. Completamente escépticos en un principio, sus padres buscan explicaciones lógicas, culpando a un lobo del hurto. Pero cuando la ya mencionada bruja pone a tambalear los cimientos de fe que fundamentan la unión familiar, ésta sufre una ruptura de inmediato y los padres se ponen en contra de Thomassin, quien aseguran tiene intenciones satánicas y es la principal culpable de la desaparición del pequeño.
La ópera prima de Eggers, fundamentada en las leyendas y testimonios ya mencionados, dista mucho de títulos del género populares y más comerciales como El Conjuro (James Wan, 2013) o Unfriended (Levan Gabriadze, 2014), por mencionar ejemplos que con éxito han formado parte del catálogo de grandes distribuidoras sin comprometer cierta calidad recientemente. A diferencia de películas mencionadas, La Bruja prioriza el desarrollo de personajes y el contexto histórico al que corresponde por encima de los sobresaltos y el gore al que suelen ceder cintas con una temática similar. A cambio de esta discreción en cuanto a los detalles más viscerales que sí, eventualmente se dan, el director toma la arriesgada decisión de enfocarse en el drama familiar al que esta situación somete a sus protagonistas, dándole juego al análisis de cómo el contexto histórico y, principalmente, el de la fe juega un papel primordial a la hora de experimentar el miedo.
En el caso de Thomassin, William y el resto de su familia (interpretados por excelsos aunque desconocidos actores), el fanatismo religioso que nubla cualquier juicio es la principal moneda de cambio al momento de justificar las razones de su horrorizada reacción ante las manifestaciones de la bruja. Si a esto sumamos una lúgubre aunque clásica y muy cuidada fotografía de Jarin Blaschke, que sirve al director para generar una atmósfera que de inmediato nos transporta a la época retratada, resulta fácil comprender por qué La Bruja se ha convertido en una favorita dentro de los seguidores del género y el cine indie por igual.