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maxresdefaultFue harto curiosa y fascinante la vida del recién fallecido Carlo Pedersoli, un napolitano que formó parte del equipo olímpico de natación de su país, que hablaba seis idiomas y que incluso sacó discos como cantante. Luego de viajar por Brasil, Argentina y Venezuela, terminó casi por accidente haciendo cine. El nadador, siete veces campeón nacional en los 100 metros y también boxeador, insistía que él nunca fue actor y que el cine realmente nunca fue su pasión. Que si volvía a las pantallas era por el dinero y nada más. Sin embargo Carlo, mejor conocido para todos como Bud Spencer (1929 – 2016), es indiscutiblemente uno de los grandes iconos del cine popular italiano. Junto con su compañero de andanzas, el ojiazul Mario Girotti, mejor conocido como Terrence Hill, se convirtieron en ídolos de generaciones alrededor del planeta.
El corpulento pero apacible Spencer tomó su nombre al combinar Bud, referencia a su marca de cerveza favorita, y Spencer por Spencer Tracy. Junto con su compatriota Hill, Spencer era la clase de figura fílmica que se aleja de las pomposas fiestas socialité a la Fellini, del crudo neorrealismo o del más violento italowestern. Curiosamente, fue en esta última vena donde empezó su colaboración: God Forgives, I Don’t (1967) era un típico western lleno de traiciones y venganzas, además de uno de sus primeros protagónicos. Dos cintas mas le sucedieron a esta, ambas en un tono similar, pero la cara del western italiano estaba a punto de cambiar para siempre gracias a un hombre llamado Enzo Barboni y su complicidad con Spencer y Hill.
Barboni había vislumbrado una necesidad en el western mediterráneo por entrar al terreno de la comedia, algo que no emocionaba a sus colegas de profesión. Pero el que no arriesga no gana y para 1970 estrenó Lo Chiamavano Trinita / They Call Me Trinity, con Spencer y Hill de protagonistas, así como un inconfundible tema compuesto por Franco Micalizzi, sentando la fórmula con la que continuarían el napolitano y el veneciano respectivamente sus carreras fílmicas: Películas cómicas, para toda la familia y sin los excesos de otras cintas italianas del género.
El brevísimo paso de Spencer por la escena política de su país también subrayó su desagrado por los abusos de autoridad tan denunciados en su cine. Después de They Call Me Trinity, el tren fílmico de esta dupla no paró ante nada ni nadie. Filmaron 16 películas juntos, varias dirigidas por Barboni y otras tantas por Sergio Corbucci. Con el tiempo, a la fórmula se sumó la dupla de compositores formada por los hermanos Guido y Maurizio de Angelis, quienes también dotaron a sus andanzas de muy particulares tonadas y melodías.
Spencer tuvo también una ávida carrera por su cuenta y, además de westerns y comedias, incluso llegó a aparecer en un giallo de la mano de Dario Argento titulado Four Flies on Grey Velvet (1971). Se dice incluso que fue llamado por Fellini para aparecer en Satyricon, pero la renuencia de Spencer a aparecer sin ropa ante las cámaras imposibilitó esta colaboración.
El gordo y el rubio, el nadador y el acróbata. Sus cintas no poseían tramas complejas ni grandes diálogos o momentos histriónicos elaborados, sin embargo la química de esta pareja conquisto el mundo. Ver sus cintas en televisión fue parte de la dieta fílmica de muchos de nosotros en la niñez. No había barrera cultural alguna que impidiera disfrutar de su humor y ocurrencias. Existía una sinceridad absoluta en el rostro de ambos actores y la amistad entre ellos no era tampoco una fabricación, ya que existía respeto, cordialidad y humildad entre ambos. Spencer siempre considero a Hill el verdadero actor de los dos. No había algún aparato de marketing artificial detrás de ellos, ni campañas virales ni nada por el estilo. El éxito de su mancuerna se debió en gran medida a que la gente podía percibir la honestidad en sus rostros.
Afortunadamente, Spencer logró gozar del reconocimiento del público en varias latitudes del mundo. En el 2010 recibió el premio David Di Donatello, junto con Hill, el máximo galardón de la industria fílmica del país de la bota. Con esto se confirmó que hacer reír al público es también un arte, algo que muchos actores dramáticos procuran incluso evitar pero que Bud Spencer lograba con dignidad. Que descanse en paz un ícono del cine, grande de tamaño, pero también de corazón.

Por Rubén Martínez Pintos

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