Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, 1988) pertenece a esa categoría de directores que, sin ser particularmente inspirados, se han visto beneficiados a través de los años por un slogan que insiste en la idea de que cierto éxito antaño puede seguir sirviendo para definir su obra posterior y como indeleble sello de garantía. Véase como muestra este melodrama romántico, el cual incluye misteriosos mensajes post-mortem, un nutrido glosario de especulación pseudocientífica, una pequeña cámara de video, un fatídico accidente automovilístico y un secreto inconfesable.
El menor de los problemas es que la historia protagonizada por un prestigiado astrofísico (Jeremy Irons) y una mujer varios años menor que él (Olga Kurylenko) –quien sorprendentemente tiene el tiempo suficiente para ser estudiante de la materia, trabajar como doble en películas de acción y viajar constantemente a una idílica villa en el Mediterraneo– remita de manera irremediable a cintas contemporáneas como las sudcoreanas Il Mare y Ditto, con sus parejas comunicándose crucialmente por medio de cartas o radios de onda corta, a pesar de pertenecer a dos épocas distintas, situación insólita que les permitía la posibilidad de fantasear alrededor de relaciones pasadas y futuras.
El defecto principal de Te Amaré Eternamente (La Corrispondenza, 2016) reside en el hecho de que la intriga provocada por conocer el origen de aquellos paquetes, que le son enviados a ella de manera compulsiva y con una precisión quirúrgica, se devalúa en escaso tiempo y en su lugar se abusa de la premisa misma hasta volverse completamente inverosímil; mientras que nunca logra decidirse si desea ser un relato que coquetea con tópicos de corte fantástico o si en realidad es una reflexión que se pretende seria sobre la ontología del amor. A ello habría que agregarle sus metáforas relamidas (aquel perro con el que se cruza constantemente la chica, esa hoja de árbol que golpea la ventana como señal del destino, esos diálogos que discuten acerca de supernovas y multiversos); y un score concebido solamente con la intención de remarcar y conmover, firmado por Ennio Morricone (el cual por cada composición innegablemente virtuosa, trascendente e icónica, maquila una decena de temas facilones y obvios solamente respaldados por su nombre); para poder afirmar que tenemos una cinta solamente para incondicionales del género.