John Le Carré es uno de los autores de novelas de espías que mejores adaptaciones a la gran pantalla ha dado; El Sastre de Panamá (John Boorman, 2001), El Jardinero Fiel (Fernando Meirelles, 2005) y El Espía que sabia demasiado (Tomas Alfredson, 2011) son sólo una muestra de ello. Generalmente sus historias vienen cargadas de intriga, traición, elegancia e inteligencia, convirtiéndose fácilmente en excelentes películas del género, a pesar de que buena parte del público las puede tachar de tediosas, ya que la acción brilla por su ausencia, ponderando argumentos cerebrales y más realistas sobre el verdadero oficio del espionaje en el mundo entero.
Ahora llega la adaptación de Un Traidor entre nosotros (2016), que tiene a Susanna White en la silla de dirección, después de su experiencia en algunas series de televisión entre las que destacan Boardwalk Empire y Masters of Sex. Con Un Traidor entre nosotros la directora entra en un mundo cinematográfico que generalmente es dominado por los hombres, pero demostrando gran capacidad en un filme elegante, que mantiene el brío y la tensión que se necesita, ayudada por un elenco de primera que hacen de ella un thriller con todos los ingredientes para una película que, con todo y una que otra carencia, es satisfactoria.
Perry (Ewan McGregor) y Gail (Naomi Harris) son un matrimonio inglés que se encuentran de vacaciones en Marruecos tratando de arreglar algunos problemas maritales. Ahí conocen en un restaurante al contador de la mafia rusa, Dima (Stellan Skarsgård), quien le pedirá a Perry un favor incómodo que le puede acarrear muchos problemas. La misión; llevar consigo a Londres una USB con datos que pondrían tras las rejas a varios mafiosos rusos y sus aliados ingleses. Esto detonará una conspiración global en la que el matrimonio común se vera arrastrado sin querer en una espiral de alianzas, traiciones y peligros.
La premisa podría hacernos suponer que estamos ante un thriller de acción y suspenso lleno de adrenalina y giros de guión, pero la realidad dista mucho de esto, pues más bien estamos ante un drama pausado, donde la tensión está diluida y muy distribuida a lo largo del metraje. Claro que hay momentos emocionantes, pero no son tantos como muchos quisieran, aunque la directora justifica todo esto con personajes bien construidos, que hacen al público interesarse más en su destino que en la parafernalia visual.
McGregor y Harris entregan un buen trabajo, aunque por momentos les falte un poco de dirección ya que sus personajes, a pesar de encontrarse en una situación límite que sobrepasa a cualquier ciudadano común y corriente, se mantienen impávidos, como si nada les afectara en demasía, aspecto que le resta cohesión al resultado final. Afortunadamente en el elenco se encuentra Stellan Skarsgård, quien logra salvar el aspecto interpretativo gracias a un personaje que le inyecta toda la pasión que los demás no asoman, convirtiéndolo sin duda en el alma del filme. Damien Lewis interpreta estoicamente a un agente del M16 que, sin muchos adornos, logra un buen papel (aquí podemos ver lo que pasaría si de verdad lo eligieran como el nuevo James Bond, como se rumoraba hace unos meses).
A favor de esta cinta se puede decir que proviene de uno de los libros más criticados de su autor y que, no obstante, se trata de un trabajo que mantiene decentemente el interés a pesar de que ciertas circunstancias o decisiones inverosímiles de parte de sus personajes. Sin embargo, es de gran ayuda que la directora se rodeara de un excelente cuadro de actores, dotando al producto final de elegancia, para lo cual la fotografía de Anthony Dod Mantle (ganador del oscar por Quisiera Ser Millonario de Danny Boyle) es uno de sus principales aliados.