Se haya visto el tráiler o no, los primeros tres minutos del primer episodio de Designated Survivor (David Guggenheim, 2016) son apabullantes: vemos a Tom Kirkman (Kiefer Sutherland) y a su esposa Alex Kirkman (Natascha McElhone) sostener una cotidiana conversación, cuando un grupo de agentes sumamente alarmados irrumpe el lugar para sacar a ambos, ante lo que Tom reacciona abriendo la ventana sólo para ver a distancia al Capitolio de Estados Unidos destruido.
Este atentado termina con la vida del presidente, vicepresidente y todo el gabinete estadounidense haciendo que Tom, hasta entonces el secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano (“el más bajo de los peldaños”, según sus colegas), se convierta en el presidente de los Estados Unidos.
Impregnado de conspiración y con un gran potencial de acción, los dos primeros episodios de esta serie recuerdan gratamente a House of Cards en primera instancia, dada la compleja (por no decir oportunista) dinámica que se maneja en el mundo de la política; ante un desastre de esta magnitud, son varios los personajes que intentarán saltarse la autoridad de Kirkman e incluso hacerse de ella, lo que acentúa su inexperiencia y le resta autoridad en habitaciones llenas de gente discutiendo sobre a quién bombardear.
La trama, impregnada de patriotismo norteamericano, es un símil de eventos como el 9/11, por lo que a su manera aborda temas como el racismo (con una eficacia sorprendentemente fuerte, e incluso incómoda para quienes corresponde) pero también la esperanza y colaboración entre ciudadanos, presentes también en aquél atentado del 2001.
Con todo y esta atmósfera, la serie también se las arregla para recordar por momentos a 24, por el intermitente suspenso de tener que resolver todo a contrarreloj y, obviamente, por tener a Sutherland repitiendo un papel que pareciera diseñado para él, con un personaje que pareciera encaminarse a ser una versión de Jack Bauer en la Casa Blanca. No obstante, son materiales únicamente enlazados espiritualmente.
Los aciertos de Designated Survivor radican, hasta el momento, en la puntual e incluso necesaria crítica hacia la manera en que la justicia opera en Estados Unidos (y realmente en cualquier parte del mundo), y la eficacia al explotar el potencial de una trama ambiciosa y llamativa. Si algo sabemos es que no queremos un nuevo 24 en cuanto a extensión, ya que prolongar esta trama tantas temporadas le restaría dramatismo. Una temporada confirmada hasta la fecha es todo lo que necesitamos hasta el momento.