No importa si se trata de cine de ficción o documental, largometraje o cortometraje; el Festival Internacional de Cine de Morelia es en su mayoría una garantía de que la pantalla proyectará trabajos cuya calidad es un reflejo de las últimas tendencias en la cinematografía mundial, así como un escaparate donde lo último de los directores contemporáneos más importantes puede ser disfrutado y comparado, haciendo que la experiencia se convierta en algo que va más allá del mero disfrute.
Nombres como Clint Eastwood, Amat Escalante, Pablo Larraín, Xavier Dolan, Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, Damien Chazelle y muchos otros se han dado cita en las salas de cine para hacer de esta edición una más llena de algunos de los cineastas que mejor ejemplifican por qué la cinefilia de tantos espera con ansias cada año la llegada de esta fiesta cinematográfica, donde se ha vuelto común cruzarse en las calles con la infinidad de invitados especiales, con quienes es fácil convivir en medio de un ambiente relajado que, nada más este año, nos ha puesto frente a frente con figuras como Gael García Bernal, Aaron Eckhart, Casey Affleck y en días futuros también con el tremendo actor Willem Dafoe, así como la encantadora Audrey Tatou.
Pero más allá de la oportunidad que todo esto representa, es el placer de sentarse en una sala de cine y esperar que las luces se apaguen el verdadero valor de estar aquí, donde en una misma tarde es posible viajar, geográfica y temporalmente, sin la necesidad de abandonar la butaca.
Ma Loute (Dir. Bruno Dumont, 2016)
Como primer destino en este viaje desde la penumbra de la sala de cine, el FICM 2016 nos llevó a Francia, de donde es originario Bruno Dumont quien, tras la exitosa P’tit Quinquin (2014), regresa a la silla del director para darle vida a la familia Van Peteghem, un excéntrico grupo de aristócratas instalados en un canal de la provincia francesa en 1910. Cuando una serie de eventos provoca la desaparición sistematizada de algunos habitantes del pueblo que habitan, un par de pintorescos detectives (referencia inmediata a los comediantes Laurel & Hardy) hace su aparición para intentar esclarecer los crímenes, mismos que harán que se crucen los caminos de los Van Peteghem con los más humildes Bréfort, un clan de pescadores cuyas costumbres distan mucho de la pomposa vida de sus vecinos.
Partiendo de la premisa planteada, Dumont involucra a ambas familias a través del romance que nace entre sus hijos; el tímido pero carnal Ma Loute (Brandon Lavieville) y la andrógina Billie (Raph), pertenecientes a los Bréfort y Van Peteghem respectivamente. Es con este romance como pretexto que el director echa a andar una serie de eventos que, lejos de enfocarse en el tema de las desapariciones, le sirven para comentar acerca de las diferencias sociales que ambas familias representan y las dificultades que los jóvenes enamorados deben atravesar para sobreponerse a los rencores que de ahí nacen.
Para estudiar dichas diferencias, Dumont en realidad nunca busca un enfoque solemne, sino todo lo contrario. Con un elenco repleto de rostros nóveles o de plano desconocidos, aderezado con nombres como Valeria Bruni, Jean-Luc Vincent y Juliette Binoche como los ridículos Van Peteghem, Ma Loute es en realidad más cercana al trabajo de Chuck Jones en su tono, favoreciendo el slapstick y el humor “de pastelazo”, vía por la cual ridiculiza a ambos clanes con situaciones que rayan en el absurdo (un personaje, por ejemplo, comienza a inflarse hasta que esto lo lleva a flotar por los aires mientras Binoche gesticula como personaje salido de una farsa de Móliere) aunque a pesar de sus esfuerzos mucha de la comedia no rebasa los chistes bobos o las voces cómicas de su elenco. A su favor, debo subrayar, la dirección de fotografía y la elección de una locación espectacular en medio del campo francés a la orilla de un canal que conecta con el océano es de una belleza cautivante, elemento que ayuda a distraernos de una película que por momentos está a dos chistes de convertirse en un episodio escrito por Roberto Gómez Bolaños. (Calificación **1/2 / *****)
Mexicanos de Bronce (Dir. Julio Fernández Talamantes, 2016)
Celdas sobrepobladas, contrabando interno y nula readaptación social son sólo algunos de los problemas que las cárceles nacionales sufren a diario, razón por la cual el director Julio Fernández Talamantes y su equipo optaron por mejor enfocarse en las razones, lejos de las causas, por las cuales estos reprobables fenómenos se han convertido en el principal cáncer de nuestro sistema penitenciario.
Ante la seducción de un grupo de reclusos que conocieron mientras buscaban un objetivo al cual poner frente a sus cámaras e ilustrar el difícil proceso al que se enfrenta un criminal cuando deja atrás las rejas, este joven equipo de documentalistas encontró algo aún más interesante: el crew MPC (Ministros de la Poesía Callejera).
Encabezado por Hones, Rocky y Bullet, este grupo cuyos crímenes van desde el robo hasta el homicidio (y sus respectivas condenas), se caracteriza por ser un crew de raperos cuyas rimas funcionan como una válvula de escape al dolor y la violencia que reprimen durante el encierro. Pero, no obstante la magnética personalidad de los criminales convertidos en músicos y la agresividad impregnada en sus palabras, Fernández Talamantes logra mostrar las grietas que los humanizan, siempre desde una distancia que sirve de barrera para no olvidar las oscuras razones que los privaron de su libertad.
Mexicanos de Bronce (2016) se transforma afortunadamente en un documental que, lejos de glorificar el evidente talento de sus protagonistas, logra encausar el objetivo inicial del cineasta detrás de ella, a pesar de que el análisis de las razones detrás de las pulsiones criminales de sus personajes nunca profundiza, aunque sí logra hacernos reflexionar al respecto. Es así que, dejando más incógnitas que respuestas (y esto no es necesariamente malo en este caso), es exitosa en asumir aquel dicho que dice: ‘Árbol que nace torcido, jamás su rama endereza’.
Si bien en el aspecto técnico Fernández Talamantes y compañía muestran aún deficiencias como problemas de post producción en audio, evidentes carencias en el equipo de video utilizado al inicio de la filmación y recursos narrativos innecesarios (un split-screen que aparece en una escena pivotal y que nunca tiene justificación o consecuencia), la película revela una evolución natural surgida de los seis años que les tomó completar el proyecto y que hasta la escena final se guarda un gancho al hígado que, aún días después, resuena por la desesperanza que poderosamente contagia en su lograda resolución. (Calificación *** / *****)