Las comedias españolas han gozado de un buen resurgimiento en los últimos años, sobre todo de cara al público, ya que han sido sonados éxitos de taquilla fuera de las fronteras ibéricas. Películas como Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2014) o Las Bodas de mis Ex (Javier Ruiz Caldera, 2013) son un claro ejemplo de ello. Por eso ahora que nos llega una nueva comedia con sabor español, no nos extraña que sea una extraordinaria cinta que representa diversión pura.
El tema de la sexualidad del ser humano siempre ha sido un tabú, no sólo en la vida real, sino también en el cine. Pocas son las cintas que abordan este tema sin restricciones ni tapujos, y aún son menos las que lo hacen de una manera divertida y fresca, con un sabor pícaro pero sin caer en vulgaridades o ridiculeces. Es por esta razón que Kiki, el amor se hace (2016) sobresale de la media y de otras representantes del mismo género, incluso al ser un remake de la cinta australiana The Little Death (Josh Lawson, 2014). Sin haber visto la cinta original, todo parece indicar que el remake español que nos ocupa la supera, según se puede leer en diferentes reseñas.
La trama nos cuenta cinco historias de amor y sexualidad, donde un abanico de personajes explora sus filias sexuales de manera divertida y sin ataduras. En las diferentes viñetas los protagonistas buscan y aprenden cómo vivir sus vidas con su sexualidad plena y sin tabúes, algo que parece más fácil de lo que en realidad es.
Una de las mayores virtudes de este film es la naturalidad con la que se tocan algunas filias y parafilias que pueden resultar incómodas para algún sector del público, pero lo que el director Paco León logra (quien por cierto se reservó el papel de Paco dentro de una de las historias) es que dota a su proyecto de sinceridad, así como un tono amable y divertido, que hacen que los temas más espinosos no se sientan pesados o densos, gracias al cándido elenco que no teme a exponerse en secuencias un tanto comprometedoras y bochornosas.
El desarrollo sigue la línea de películas corales de destinos que convergen, como por ejemplo Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) o Felicidad (Todd Solondz, 1998), aunque aquí todo es diversión y simpatía, a pesar de que la sexualidad de estos tiempos puede ser un tema difícil. Algunos la podrán tachar de descafeinada o de arrojo según los temas que toca pero, al ser una comedia sexual creo que se agradece que se vea contenida y no se desfogue por completo, si el tono fuera más dramático entonces si podría exigírsele un poco más de garra, pero como está y para lo que es, tiene la medida exacta. Eso sí, no deja de ser para un público con amplio criterio.