Excluyendo a Sean Connery, la mayoría de los actores que han interpretado a James Bond suelen tener problemas para encontrar buenos papeles después de su paso por la franquicia del espía inglés. El caso más alarmante y el mejor ejemplo de esto es Timothy Dalton. Y aunque Pierce Brosnan ha tenido dos o tres papeles interesantes después de colgar el traje del flemático 007 (principalmente en la cinta de Roman Polanski, El Escritor Fantasma) la realidad es que su innegable talento ha sido desperdiciado en genéricos thrillers y comedias románticas, donde es cada vez más frecuente verlo encasillado en el rol de un padre arrogante.
Ahora Brosnan protagoniza este trillado thriller, que se suma a su lista de papeles y proyectos olvidables, donde su presencia sirve para elevar un producto que a todas luces es mediocre y no tiene mayores aspiraciones que entretener durante hora y media. La inclusión de John Moore como director resta también. Sólo hay que recordar que se trata del responsable de aquel infumable remake de La Profecía (2005), la horrorosa Max Payne (2008), y quien casi entierra la figura de John McClane en la última entrega de Duro de Matar: Un buen día para morir (2013). Resulta una lástima, ya que en su debut de 2001, Tras las líneas enemigas, se perfilaba como un competente director de acción.
El Intruso se centra en la figura de Mike Regan (Brosnan), un engreído hombre de negocios cuya compañía de jets privados se encuentra en una disyuntiva que, como bien la puede colocar en lo más alto de su mercado, también puede resultar en un suicidio comercial. Así, tras ser ayudado en una presentación clave por el joven genio de la informática Ed Porter (James Frecheville), Mike le abre las puertas de su casa para arreglar algunos asuntos técnicos, acarreándole un sinfín de problemas una vez que descubrimos se trata de un sociopata obsesionado con la familia de Mike y su hija.
El principal problema de este filme es que es predecible y que se parece mucho a mejores thrillers del tipo como Cabo de Miedo (Martin Scorsese, 1991) u Obsesión Fatal (Jonathan Kaplan, 1992), aunque aquí la lógica brilla por su ausencia en el guión. ¿De verdad era tan difícil saber que al desconectarse de todo aparato electrónico los protagonistas podrían combatir al villano?
El hecho de saber casi todo lo que pasará resta interés y, aunque éste sí existe al principio, se va perdiendo poco a poco conforme los tópicos del guión avanzan y los agujeros de lógica son cada vez más alarmantes hasta llegar al punto de causar humor involuntario.
En el fondo, la película intenta brindar un mensaje sobre la saturación de tecnificación que se vive hoy en día, pero hasta el mensaje queda opacado por un sin fin de desvaríos y ridiculeces en el guión y una puesta en escena floja.