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El tema del comercio no había preocupado demasiado a las personas en los últimos años gracias a una relativa estabilidad en las relaciones entre México y Estados Unidos, pero este rubro cobra relevancia nuevamente gracias a las medidas que recientemente ha querido imponer el nuevo presidente estadounidense, Donald Trump; de ahí que Frontier (Peter Blackie, Rob Blackie, 2016) aborde el tópico de manera oportuna e incluso necesaria dado el contexto en el que nos hallamos.

La nueva serie de Netflix (en asociación con Discovery Canadá) le sigue el rastro a Declan Harp (Jason Momoa), un recio comerciante mitad irlandés y mitad nativo, quien se halla en medio de una disputa por la Bahía de Hudson (ahora Canadá), un territorio anhelado por ingleses, nativos, escoceses y franceses debido a su importancia para el comercio de pieles, de alta demanda a finales del siglo XVIII.

Dado que el Imperio Británico le había cedido el control del comercio sobre la región a la Hudson’s Bay Company, en 1670, Harp busca unir fuerzas para establecer una red de comercio justo y así romper con el monopolio impuesto por la compañía a cargo de Lord Benton (Alun Armstrong) con quien, por si fuera poco, Harp comparte una historia muy personal.

La premisa de esta producción, de apenas seis episodios, está lejos de ser inédita: varias minorías con marcadas diferencias luchando contra una figura prominente y ambiciosa, que a su vez pone a unos contra otros para su beneficio. No obstante, el perfect timing de su estreno le da un gran plus a esta serie, ya que funge como recordatorio de las bases fundamentales del comercio, las cuales la nueva administración estadounidense pareciera haber olvidado.

La primera se resume en apenas un par de líneas al inicio de la serie: “nos quedamos con el hombre al que sólo le importan sus propias ganancias, o todos ganamos”. Una relación comercial es, antes que nada, un entendimiento diplomático en el que una parte ve por las necesidades de la otra o, dicho de una manera menos pomposa, aplicar la frase “hoy por ti, mañana por mí”. Sacrificarse por el otro como una inversión de mediano plazo es algo que se requerirá hacer en más de una ocasión, en lo cual Harp no titubea.

A la par, esta producción tiene el potencial de orientar al espectador para entender a un personaje como Trump de la mano de Lord Benton, quien bien podría haber sido antepasado del magnate; su manera de confrontar a sus enemigos y empujar a la negociación es sucia, provocativa de un modo casi infantil, sin reconocer a ninguna autoridad por encima de sí mismo. Más que traducir esto como un personaje inspirado en Trump, la presencia de Lord Benton sólo indica que personas así siempre han existido, y tarde o temprano son aplastadas por sus propias ambiciones. Ahora, a pesar de la lectura tan vigente que adquiere esta producción, cabe mencionar que en algún momento puede resultar tediosa e incluso predecible para el espectador: una primera mitad que no tiene reserva en optar por un desarrollo tenue, personajes innecesarios, y un trasfondo amoroso y familiar que en ocasiones sobran, hacen que Frontier no termine de convencer al nivel de comernos las uñas por una segunda temporada.

Así, a pesar de resultar una muy oportuna clase de historia y comercio, Frontier sólo adquiere atractivo por su oportuno estreno a inicios de lo que podría significar una nueva guerra comercial entre Estados Unidos y, no sólo nuestro país, sino varios más. Esta producción supone un acertado comentario sobre la importancia de una buena relación en una economía abierta, sin importar la nacionalidad u otro diferenciador, ya que todos nos necesitamos los unos a otros; imponer lo contrario sería un retroceso al siglo XVIII, y ya sabemos cómo acabó aquello.