Aplaudida en el pasado festival de cine en Cannes y sucediendo a la formidable El Club (2015) y la nominada al Oscar Jackie (2016) con Natalie Portman, el nuevo trabajo de Pablo Larraín bien podría ser su película mejor lograda a la fecha y eso de por sí es decir demasiado. En el marco de la persecución sufrida por el poeta que la titula (el chileno Luis Gnecco, formidable), Neruda (2016) no es la biopic que quizá mucho imaginarían, sino que se convierte en un ejercicio de meta-ficción donde el director se sirve de la condición como artista del personaje para comentar sobre la necesidad de trascendencia a la que las mentes creativas parecen vivir atadas. De esta forma, y a través de una construcción que oscila entre el film noir e incluso algunos coqueteos con el western en cuanto a la forma, Larraín logra un entretenido y cerebral acercamiento a Pablo Neruda (Gnecco), mismo que no obstante su estilizada realización (el trabajo de cámara es impecable, con dejos de Hitchcock, Laughton, Huston y más) logra poner sobre la mesa temas que logran cuestionar las verdaderas aspiraciones detrás de un personaje tan redentor como ególatra.
En el rol del detective Óscar Peluchonneau, el mexicano Gael García Bernal logra una excelente construcción de personaje que, aunque ingeniosamente se balancea entre un policía anti comunista, rudo y determinado, también encuentra momentos de humor que hacia el final rayan en la comedia de la dupla conformada por Blake Edwards y Peter Sellers en la serie de películas sobre el Inspector Clouseau, sin nunca perder el rumbo del discurso a través del cual Larraín logra ahondar en temas como la frustración profesional y la cacería política que caracterizara una de las épocas más oscuras dentro de la historia de Latinoamérica.
Pero aún con el excelente trabajo de García Bernal frente a la cámara y Larraín detrás de ella, todas las palmas van para Gnecco, quien en el personaje de Neruda encuentra un ser humano endiosado por su talento y los alcances de éste, aunque al mismo tiempo fallido y con las suficientes grietas para cuestionar la matizada naturaleza detrás de sus actos. De esta manera, la sutil pero poderosa interpretación de Gnecco pone en duda si la única motivación del protagonista es el bien común, o cuánto también proviene de la egolatría de un intelectual burgués cuya glorificación no sólo nutre su figura pública y redentora, sino también se convierte en la moneda de cambio a través de la cual Neruda puede ser una figura cuya persecución ayuda a levantar el pedestal en el que cómodamente puede criticar a un gobierno que, de no ser el personaje que para ese momento ya era, rápidamente lo hubiera erradicado como el resto de la sociedad que secundaba su forma de entender la realidad de la que formaba parte.