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El cine ha demostrado que la nostalgia es un gran negocio. Ante algunas secuelas como Star Wars: The Force Awakens (J.J. Abrams, 2015) o el cercano reboot de Power Rangers (Dean Israelite, 2017), es fácil imaginarse a los ejecutivos de las productoras esperando a que los años pasen para poder reciclar las historias, sin importar que en el camino manchen algunos de los clásicos que marcaron la infancia o adolescencia de millones de personas.

Aunque este pareciera ser el caso de  T2 Trainspotting (Danny Boyle, 2017), el espectador puede estar tranquilo al saber que podrá ver una segunda parte que guarda respeto a su antecesora, y también a sus fans, haciendo que la nostalgia conviva con una evolución natural y coherente de la historia y una mayor introspección en los personajes, explorando facetas suyas que bien podríamos haber supuesto, mas no habíamos visto.

El argumento es tal como lo supone el espectador: luego de 20 años de ausencia, Renton (Ewan McGregor) regresa a Escocia para reencontrarse con Sick Boy (Jonny Lee Miller), Spud (Ewen Bremner) y Begbie (Robert Carlyle), para enmendar errores del pasado, pero también como una búsqueda intrapersonal. Algunos le recibirán con los brazos abiertos, pero otros lo harán con un enorme rencor alimentado por dos décadas de indiferencia.

Algunos de los pilares de esta secuela se perciben muy nítidos: el tema de la amistad, el paso del tiempo e incluso la aguda crítica hacia la actual sociedad de consumo se hace presente en acertados momentos, pero también una pregunta de manera fundamental: ¿las personas cambian?

Esto último se desencadena a nivel argumental y va de la mano con la parte de la realización. Desde los primeros segundos del filme se puede percibir que estamos viendo algo genuinamente a la Trainspotting por esos rápidos cortes que se asemejan al videoclip y la música, que se hace de un enorme protagonismo y refleja lo mejor y lo peor de su época. Pero hay algo más que no se puede ignorar; así como la historia y los personajes, el filme se percibe más maduro, y no porque Boyle fuera un adolescente inexperto cuando dirigió la primera parte, sino porque conserva los mismos elementos, pero presentados de una manera más enfática en su estética y en un contexto distinto.

Sobra decir que las referencias a la cinta de 1996 abundan, pero más que recurrir al abuso, Boyle opta por abordar cada símil desde el punto de vista de sus personajes, por lo que tienen justificación. De ahí que los flashbacks sean recurrentes, pero como parte de un ejercicio introspectivo de gran gusto, que expone una manera cíclica de percibir el tiempo, que a la par nos ayuda a entender mejor a los personajes que atraparon a toda una generación hace dos décadas.

Danny Boyle tuvo el enorme desafío de darle seguimiento a una cinta amada por su público, y podemos decir que lo logró de un modo coherente e incluso propositivo, en el sentido de cómo se deberían retomar clásicos similares. Aunque los destellos de su antecesora son innegables, éstos se gozan y el director intenta darles otro significado situándolos en un contexto diferente. Nostálgica, divertida, de buen gusto, y sí, todavía con esa esencia punk que impregnó a la primera parte, T2 Trainspotting no decepciona.