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Por Fernando Santoyo Tello / @FdoSantoyoTello

Julie Delpy es mejor conocida como la compañera de reparto de Ethan Hawke en la “trilogía Before” de Richard Linklater. La francesa ha combinado su carrera los últimos años con la dirección, donde le ha ido relativamente bien, ya que sus trabajos presentan generalmente elementos interesantes, como es el caso de Dos días en Paris (2007). En los cinco títulos en lo que se ha sentado en la silla de dirección, la comedia romántica ha sido su género estandarte, a excepción de La Condesa (2009), un drama de época enfocado en la biografía de la húngara Erzebeth Batori (1560-1614), a quien se le adjudican 650 muertes y se le conoce como la Condesa Sangrienta.

Ahora Delpy vuelve, detrás y delante de cámaras, con Lolo, el hijo de mí novia (2015), una cinta que transita nuevamente por el terreno de la comedia simple pero inteligente, algo que no desconoce y que obviamente le aprendió a Linklater en su famosa trilogía, pues al igual que en aquella, Delpy ha construido historias alejadas de las tediosas y ridículas fórmulas hollywoodenses. Centrada en las relaciones de pareja, la también actriz decidió comenzar a escribir y dirigir sus propios proyectos debido a que no estaba conforme con el retrato que se hacía de la mujer en la industria, razón que la orilló a sustentarse sus propias historias con una visión personal, donde el papel de la mujer se rehusa a ser un cliché andante.

En Lolo, el hijo de mi novia Delpy es Violette, una guapa madre soltera que se desenvuelve en el mundo de la moda y que tiene un hijo de 19 años llamado Lolo (Vincent Lacoste). Durante unas vacaciones en el sur de Francia con una amiga, Violette conoce al geek informático Jean-René (Dany Boon), con quien ella es diametralmente opuesta. Mientras que Violette es una mujer sofisticada, él es un poco torpe y simple, aunque esto no impide que terminen enamorándose tanto que Jean-René decide viajar a Paris para seguir con el romance. Pero cuando todo parece marchar a la perfección, Lolo entra en escena. El problema es que se trata de un joven psicópata, con complejo de Edipo y dispuesto a lo que sea por deshacerse del nuevo novio de su madre.

Como se lee en su sinopsis, la cinta combina algunos elementos clásicos de la comedia romántica y del thriller. El personaje de Lolo es detestable, un joven que genera antipatía sólo de verlo, gracias a la interpretación de Vincent Lacoste, quien realiza un trabajo destacable al conseguir que lo odiemos inmediatamente hasta aborrecerlo cerca del final. Del otro lado está el famoso cómico francés Dany Boon, quien resulta todo lo contrario, ya que su carisma logra generar empatía desde su primera aparición en pantalla, generando la mayor cantidad de las risas en esta historia (muy similar, por cierto, al filme de 2010 Cyrus, de los hermanos Duplass).

Julie Delpy va perdiendo protagonismo conforme el metraje avanza, no obstante su promisorio trabajo al inicio de la película, hasta quedar relegada a ser una testigo más de lo que desarrollan Lacoste y Boon. A pesar de ello, su trabajo de dirección es equilibrado, aunque al final la cinta se desvía del género establecido en un principio para pisar otros terrenos más escabrosos, nunca atreviéndose por completo a abrazar al thriller al cien por ciento, haciendo muy evidente un problema de tonos; en su tercer acto, el filme se esfuerza demasiado por ser algo que no es, eventualmente acobardándose de su decisión, haciéndolo regresar a algo más amable para su conclusión. Y aunque a favor de Delpy podemos decir que mezclar géneros no es nada fácil, la película hubiera ganado enteros si se hubiera mantenido en la comedia abordada durante su primera mitad. Aun así, se trata de algo atípico en la filmografía de su realizadora y, aunque termina por no funcionar a favor de la película, sí muestra ambición por parte de la actriz, también detrás del guion.

El principal problema de Lolo, el hijo de mi novia es que la ironía y la crítica subversiva que suelen relacionarse a su directora (también en sus interpretaciones más celebradas) aquí brillan por su ausencia, entregando en su lugar un sentido del humor más cercano al de cualquier sitcom televisivo, que de no ser por sus dos actores protagónicos, sería relegado a convertirse en un telefilme de buena manufactura.