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Por Alberto Acuña Navarijo / @LoungeyMartinis

Más allá de aquellos cuartos de hoteles baratos que conservan el olor a sexo furtivo, de las palabras seductoras que se extravían sin remedio en los resquicios de la ciudad, de esas noches inciertas en busca de algún cliente y de la violencia que se respira en el ambiente pero se calla; Maya Goded, primero con el lente de su cámara fotográfica y ahora con la de video, se ha interesado en preguntarse con una mirada nunca condescendiente ¿quiénes son realmente las envejecidas prostitutas que llevan décadas trabajando en La Merced y sus bulliciosos alrededores?

De esta manera, su celebrada ópera prima Plaza de la Soledad se une a un selecto grupo de documentales mexicanos contemporáneos (como Llévate Mis Amores o Bellas de Noche) en los cuales sus realizadores buscan ante todo reconocerse en el otro de manera afectuosa. A propósito de su estreno, nos reunimos con la directora para conversar sobre las inquietudes que quería exponer y cómo su mirada en torno a estas historias –casi siempre anónimas– se ha ido enriqueciendo a través de los años.

-Cinema Móvil: Sabemos que el documental es la continuación de una de tus series fotográficas más representativas, pero ¿cómo nace tu interés por capturar la humanidad e intimidad de este grupo de sexoservidoras?

Maya Goded: “El primer acercamiento que tuve como fotógrafa fue por una necesidad de conocer mi ciudad, recorrerla porque mi trabajo por lo regular consistía en viajar y así me reencontré con el Centro Histórico, el cual siempre me ha gustado y de ahí caí en La Merced.

Para mí en ese lugar había muchos temas que me interesaba explorar como la vejez, la maternidad, el amor, el cuerpo, la sexualidad y la violencia hacia la mujer, cuestionándome de dónde surge esta, por qué se repite de generación en generación, cómo se puede romper. En La Merced me quité muchos tabúes horribles, prejuicios y todo este peso de la buena mujer, la buena esposa, imágenes idealizadas que se generan porque vivimos en una sociedad muy castrante.

En el momento en el que comencé esta serie estaba embarazada y emocionalmente eso me movió muchísimas cosas. También influyó que en esa época falleció mi abuela materna, una mujer que tenía una relación estrecha con su cuerpo, lo cual me encantaba. Así comenzó todo”.

-¿Y en qué momento decides que las historias de estas mujeres deben de dar el salto al documental?

“En principio no sabía que iba a hacer un documental, nunca me imaginé que iba a pasar tantos años involucrada en este proyecto. Sin embargo, siempre tuve la sensación que La Merced necesitaba sonido, entonces conforme iba conociendo a estas mujeres las grababa preguntándoles ‘¿Qué es el amor?’.  Eso fue hace como veinte años y lo usé en una exposición que tuve en España [Sexoservidoras (1995-2000) realizada en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid durante 2001]. Posteriormente empecé a escribir mucho para tratar de entender qué es ser mujer y la complejidad del trabajo sexual, sin embargo ello sólo me abrió más dudas y sentía que me faltaba algo por contar. Ello coincidió con que en esa época me interesó experimentar con otros lenguajes y formatos.

Después de la serie fotográfica regresé constantemente a La Merced para hablar con las sexoservidoras y acompañarlas, volviéndome su cómplice. Entonces, hace cinco años les compartí mi inquietud a María Luisa y Carmen, y ellas en ese momento me dijeron ‘Sí, hagamos algo’. María Luisa aprovechó para contarme ‘A mí me gustaría encontrar a mi hija’ y Carmen ‘A mí me gustaría entender qué pasó con mi familia, con la que rompí relaciones cuando se enteró a qué me dedicaba’, y aunque al final el documental no se trata de eso, así inició.

Sin embargo, María Luisa murió una semana después [cuyo funeral es registrado en el documental] y la manera de trabajar con Carmen, y posteriormente con el resto de las protagonistas, fue cambiando a lo largo de estos años. Finalmente, creo que Plaza de la Soledad se convirtió en la continuación de un diálogo; si bien a todas ya las conocía, descubrí muchas cosas de ellas porque yo tenía mi propio guion en la cabeza cada vez que las iba a grabar, pero ellas también tenían el suyo con ganas de contar nueva partes de sus vidas.

Lo que me encantó de pasar al documental es que esta conversación siguió al momento de la edición y después el tener la oportunidad de saber qué sintieron ellas al ver cómo yo las miro porque, bueno, absolutamente nada es objetivo. Ya sabemos que el documental no es la realidad, sino mi forma de ver el mundo como directora. Entonces el poderles devolver el documental ha sido una experiencia muy linda, como también la ha sido la mirada del público, ya sea en Ambulante, cuando se mostró en el Senado, o cuando se proyectó en un reclusorio de Oaxaca, donde estuvo presente Esther [una de las protagonistas] quien es de allá. Ojalá se siga dando ahora que la película se estrena. El ver cómo las mujeres se sintieron representadas me pareció muy enriquecedor, porque al final yo creo que todas nos sentimos reflejadas en algún aspecto del documental o conocemos a alguien en nuestro entorno que puede estarlo”.

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-Ahora que mencionas el proceso de edición, se les otorga un espacio y peso específico a cada una de ellas, lo cual de primera impresión se antoja complejo sobre todo por el número de personajes que tienes. Se convierte en otro vehículo para reconocerlas y que nos importe aquello que dicen.

“La edición la hizo Valentina Leduc, de quien aprendí muchísimo. Yo necesitaba una súper editora porque como mencionas son muchos personajes y yo no quería dejar afuera a ninguno, entonces lo que se hizo fue crear un coro de voces que atraviesa por diferentes temas, desde la niñez, la feminidad o la muerte.

A pesar de ello, sí fue muy difícil, porque era preguntarse ‘¿Qué sí quiero mostrar y qué no?’. Creo que lo más nerviosa que me tenía era que lo vieran ellas; imagínate la presión que es hablar del otro y lo complicado que es interpretar una relación o una vida, entonces por algunos momentos sí dudé cómo continuar, pero ellas tenían muchas ganas de que lo acabara. Me hablaban muchísimo en el proceso de la edición: ‘Oye, ¿cuándo va a estar terminado?’ u ‘Oye, tú puedes’, entonces eso me ayudó y desde ahí fui encontrando una mayor fortaleza”.

-Diera la impresión que no es casualidad el hecho de que se filtre en más de una ocasión la ficción en la película, como en la despedida que se da entre Carlos y Carmen en La Faena, o el baile sensual que protagoniza Ángeles en el hotel; ello tomando en cuenta que estas mujeres están acostumbradas a vivir adoptando un personaje, a decir o escuchar palabras de amor que se vuelven inevitablemente efímeras e irreales.

“Para mí también los sueños y las fantasías son parte de la vida y son igual de importantes. Por ejemplo, para Carlos esa escena era necesaria porque representaba su sueño del hombre que le gustaría ser para poder despedirse de la mujer que quiere y perdió. Entonces invité a mi amiga María José Pizarro “La Negra”, quien es escenógrafa para cine y nos fuimos a comer con él y le ayudamos a cumplir su deseo. Para mí tiene la misma validez que otras escenas. Claro, que cuando Carlos dijo que quería cantar “Voy a Perder la Cabeza por tu Amor” los productores sí estaban de ‘¡Ay! ¿De verdad, la de “El Puma”?’ [risas] porque luego no hay presupuesto para esas cosas. Pero bueno, se consiguió porque los productores estuvieron apoyando hasta el final.

Pero como bien dices, todas ellas tienen tres o cuatro nombres distintos, varios roles los cuales tienen que representar, sin embargo no me puse a pensar  ‘Esto  que me están diciendo es verdad, esto es mentira’; con los años me di cuenta que ahí había una forma de poder decir lo que sentían, entonces para mí era importante tener libertad, para que ellas y yo nos expresáramos de manera más profunda”.