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Macbeth-772523923-large«Horror, Horror, Horror!», este verso de Macbeth pudo haber sido determinante en la forma en que Orson Welles grabó su propia versión de la obra. En contraste con el Hamlet de Olivier, el Macbeth de Welles se ganó el rechazo del público, entre otras cosas, por el alto grado de cambios, añadiduras y recortes al texto shakesperiano. Sin embargo, es justo su figura de auteur lo que hoy se celebra, pues lo críticos se tardarían en entender algo que Welles ya sabía: es Shakespeare el que se debe adaptar al cine y no al revés. 

No obstante que algunos elementos de una vieja producción que Welles dirigió a los 20 años, cuya escenografía se situaba en una isla caribeña con magia vudú, esta película se inscribió más dentro de las convenciones del género y del estilo de las películas de terror de la década de los treinta como Drácula y Frankestein

Basta ver la primera escena para darse cuenta que los contrastes de luz, el uso de la neblina y de seres extraños sin rostro generan un tono de desconcierto y suspenso. La película aprovecha el debate de indefinición de la obra a su favor. La música escala en cuanto se pronuncia el nombre del protagonista y comienzan los créditos de la obra, pero la neblina y las sombras no se interrumpen. El uso de los tambores ayuda a crear un efecto de suspenso que va en crescendo y anuncia la aparición de las célebres brujas de la obra.

La acción ocurre en un no-lugar, con seres que parecen controlar el destino del protagonista mediante el uso de un muñeco. No vemos sus rostros, pero escuchamos sus voces, y en otra escena son ellas las que encuentran a Macbeth y le hablan sin que él sepa dónde están, como si más bien estuvieran siempre ahí, con él y con todos. En un ambiente deliberadamente gótico, al que contribuye una gran cruz celta que carga el Santo Padre, el acecho de los demonios es un motor para la historia. 

La monstruosidad en los crímenes del protagonista y la paranoia que le siguen, construyen un ambiente de tensión que no permite descanso, pues los planos se disuelven y las transición entre escena ocurren en un plano secuencia, lo que le dan un ritmo carente de pausas. El resultado es una especie de asfixio y claustrofobia. La película se desarrolla en un ambiente onírico, más bien de una pesadilla de la que los personajes no logran despertar. «¡Oh, horror, horror, horror!» (3.2.38).

Por Santiago Gonzalez Sosa y Ávila / @CinemaMóvil_mx