Dos viejos músicos, eternos perdedores, quienes intentan formar una banda que pueda tocar una singular mezcla entre el tango y el trash metal como última oportunidad para ser reconocidos. Una violenta ex-presidiaria lesbiana y su antigua amante. Un temido criminal con el rostro totalmente desfigurado. Una mujer adúltera. Personajes que involuntariamente se encuentran y desencuentran desatando una serie de venganzas que tienen como escenario un hostil barrio del conurbado bonaerense.
Estos son los componentes del atípico thriller Fango (2012), quinto largometraje de José Celestino Campusano, prolífico director argentino, el cual con Cinebruto, la compañía productora que co-fundó, se ha dedicado durante los últimos diez años a extraer de la realidad, anécdotas sórdidas, abyectas, viscerales, mismas que ha ido conociendo de primera mano y por ende las ha recreado de forma desencarnada y anti-glamorosa.
«Cinebruto fue concebida por mi primo Leonardo Padín, quien también funge como fotógrafo y editor de varias de mis películas, y yo, para ir paulatinamente visibilizando y profundizando todos aquellos variados y complejos sectores de la sociedad a los cuales, hasta ahora, el audiovisual no le había dado ni un segundo de imagen, como el ámbito homosexual en el conurbado (Vil Romance, 2008), ciertos grupos muy agresivos de hombres y mujeres (El Perro Molina, 2014), los motociclistas (Vikingo, 2009), las redes de trata de personas (Fantasmas de la Ruta, 2013), o la burguesía sexópata y pastillera (Placer y Martirio, 2015). Son sectores que el cine en manos de ciertas personas siempre los ha tratado con guantes de seda; nosotros vamos al punto, directo», nos dijo el director.
Y es que a propósito de su visita hace algunos días a la Ciudad de México para estar presente en la retrospectiva que el festival Distrital le dedicó, que Fango ya forma parte de la programación de Cineteca Nacional, y que en su país recientemente se estrenó su nuevo filme, Placer y Martirio, charlamos con este realizador de modernas épicas urbanas protagonizadas por insólitos anti-héroes, heredero, sin duda, de un espíritu do it yourself que lo ha convertido en una voz influyente dentro de la escena independiente argentina.
Cinema Móvil: Viendo tu obra y leyendo acerca de esta, me encontré una frase en la que mencionabas que “La mejor película está sucediendo ahora mismo delante de nuestros ojos o detrás de esa pared, el problema es nuestra incapacidad para visualizarla”. ¿De dónde surge esta impresión?
José Celestino Campusano: “Cierta gente bastante astuta ha utilizado al cine casi desde sus inicios para dividir, adormecer, y generar estereotipos humanos que no pueden convivir con nosotros, que no existen: héroes perversos, competitivos, indolentes, privados de cualquier sentido de ser solidario y eso es sinónimo de éxito. Parece que para esa gente es un deleite destruir la materia, como si eso fuera un logro, como si lo competitivo fuera lo mejor que tenemos.
Creo que si hay algo que le ha hecho mucho daño al cine latinoamericano es seguirle el juego a ciertos festivales y sus dictados los cuales indican que el latino es una persona que tiene un nivel de discernimiento intelectual similar al de los moluscos, o por el otro lado que somos seres hiper violentos, totalmente crueles, asesinos de la humanidad y que prácticamente no merecemos vivir. Lo malo es cuando justamente los directores latinos copian esos dictados y generan películas que evidentemente serán aceptadas en dichos festivales, embruteciendo el criterio y el imaginario colectivo del mundo. Curiosamente no siempre fueron así, en algún momento fueron lugares de descubrimiento y vanguardia, pero finalmente fueron coaptados por las multinacionales del entretenimiento que arrasa con todo.»
Han pasado ya diez años de tu primera ficción y casi veinticinco de tu primer cortometraje documental (Ferrocentauros) ¿Cómo has ido perfeccionando tu manera de mirar tu entorno, siendo este tu materia prima?
“Creo que con cada película si bien le enseño una manera de entender el mundo al espectador y a la crítica, me enseño mucho más a mí mismo. Al ver algunos detonantes o perfiles humanos de cada ambiente, al momento de investigar, al momento de filmar, al momento de compartir, me interiorizo mucho más de lo previsto; todo es un enriquecimiento. Entonces las películas que siguen no las tengo previstas entre más me introduzco en este tipo de gramática y considero posible determinadas formas de expresión, todas en función de la experiencia y siempre doblegando la apuesta: filmar o filmar. Nuestra realidad es riquísima, el conocimiento social que es del cual alimento mis películas es inabarcable.»
Es sabido que tus personajes son extraídos de la realidad. Pero, ¿cómo vas hallándolos? Te pregunto porque me atrae que a pesar de que estos viven perpetuamente en los linderos de lo socialmente aceptable y de forma crepuscular, nunca son víctimas, tienen libre arbitrio rigiéndose por sus propios códigos. Inclusive en películas como Fango, El Perro Molina o Vikingo, a su modo los personajes, son respetados.
«Parte de ese complot que va contra nuestra idiosincrasia, insiste en mostrarnos como sujetos de una elementalidad absoluta cuando esto es una mentira. Somos complejos y contradictorios.
Por ejemplo, en El Perro Molina, él entiende que tiene cierta edad, que ya no le quedan tantas opciones, que siempre ha hecho el mal no queriendo hacerlo, respeta cuestiones como la amistad, la solidaridad, el compañerismo, es alguien que intenta abrir su corazón pero justamente por decisiones mal tomadas, por un dejo completamente kármico, termina siendo un aniquilador. En Vikingo, este convive con su parte oscura, y de alguna forma va adecuándose a cada devenir. Esa muestra de sinceridad los hace, en algún punto, aceptables.
Yo empecé a filmar de manera más o menos continua a los 35 años. Ahora tengo 51 años, creo que he vivido algo, los personajes vienen de la observación, de la camaradería, muchas veces estos han sido amigos míos, Más que juzgarlos, los escucho, trato de entenderlos y creo que en lo emocional no somos tan distintos.»
¿Qué tanto de improvisación e intuición existe en tu cine? Por ejemplo, entiendo que Fango la realizaste durante nueve meses sin guión alguno. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura del resto de tu filmografía?
“Como dijera un coterráneo de ustedes, Arturo Ripstein quien es un realizador que respeto muchísimo, a través del amaneramiento de la forma y del método, el cine ha estado de espaldas a la vida y de cara a los intereses políticos, económicos o del ego. Entonces creo que hay mucho por explorar, el cine esconde posibilidades que ni siquiera visionamos, básicamente cuando el ser humano abre el corazón y los sentidos empieza a componer de una forma colectiva como mis películas, es resignificar las palabras cooperativo y comunitario, y a partir de ahí hay otra apuesta mucho más sutil, intangible pero profunda, más allá de un guión.»
Hace unos cuantos días se estrenó en tu país Placer y Martirio, una película que podría entenderse como un punto de inflexión en tu obra, no sólo por el cambio de ambiente, de la región semi-rural a las zonas afelpadas de la capital; sino por el tono y la ausencia de un estilo verité. Leo que esta historia de obsesión y tensión sexual entre esa madura dueña de una agencia publicitaria y aquel sibarita de origen árabe, generó conmoción. ¿A qué responde dicha reacción?
“Porque Delfina, la protagonista presume una cultura que la lleva a consolidarse, donde el dinero legitima, el sexo es furtivo, y que no puede envejecer porque ello representa infertilidad, decadencia y falta de razonamiento. Ello ha incomodado de sobremanera.
Como mis otras películas, surge porque conozco ese segmento de la sociedad el cual me ha provisto de anécdotas muy recientes, muy vivas vertidas en primera persona que es lo que me gusta hacer. Cualquiera puede decir que le gusta o no, pero nadie podrá decir que es mentira. Me olvido muchas veces de la cadencia narrativa para hacer hincapié en la fuerza de la anécdota, creo que hay otras formas de componer que no se agota y con cada película se vuelve nueva.»