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Pobre Carlos Enrique Taboada, en estos momentos ha de estar revolcándose en su tumba… ¡por tercera vez! El problema, obviamente, no se encuentra en el hecho de que por alguna extraña razón haya productores que insistan en revisitar a este autor maldito, responsable de una particular obra llena de altibajos enmarcada en el cine de género, el cual apenas en fechas recientes ha merecido un revival, aunque parcial, eso sí (porque, a ver ¿dónde están esas ediciones decentemente remasterizadas en Blu-ray?).

 En realidad, el problema reside en la mala interpretación que directores y guionistas han tenido a través de los años con el término homenaje, creyendo que es exactamente lo mismo actualizar que asimilar. Ahí están pues para ejemplificarlo la chica sensible que se dedica a ilustrar comics (Zuria Vega), la azotada lesbiana dark con una docena de tatuajes, cada uno representando una experiencia intensa de su vida  (Eréndira Ibarra), la novelista de terror pseudo virgen  (Adriana Louvier), y la junkie de origen ibérico (Ona Casamiquela); como los improbables personajes de esta versión de Más Negro que la Noche.

 Lo más curioso del caso es que uno supondría que después de dos intentos fallidos, tanto fílmicos como de taquilla, para rescatar al cineasta (tal y como resultaron las desastrosas Hasta el Viento tiene Miedo –Gustavo Moheno, 2007– y El Libro de Piedra –Julio César Estrada, 2009–); este nuevo equipo encabezado por Henry Bedwell ya sabría qué defectos evitar a toda costa y a cuáles aspectos prestarle más atención. Y resulta que sin reparo comete los pecados de sus antecesores. Digámoslo sin dar más rodeos: lo mejor que tiene el realizador para rendir tributo es una secuencia donde las protagonistas incidentalmente ven por televisión un extracto de la película original.

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 De esta forma, el relato de corte sobrenatural con fantasma vengativo en ristre imaginado por Taboada, el cual se apoyaba en la creación de atmósferas (sencillas pero efectivas que claramente bebían del eurohorror), una tensión desquiciante in crescendo sin ningún aspecto gráfico, una carga de ironía e inclusive un toque de erotismo, elementos que llevaron a Más Negro que la Noche a ser, tal vez no la obra maestra que se ha idealizado, pero sí una lograda traslación de una mitología rural al ambiente urbano de mediados de los años setenta; se convirtió en una efectista película con casa embrujada y posesiones incluidas, de estética anquilosada y relamida, con una puesta en escena que va de lo elemental (cada vez que se busca un sobresalto) a lo atrofiado (la última media hora con cada uno de los personajes viviendo su pesadilla personal en espacios diferentes), con un morboso aire sexploitation lésbico que de tan consciente termina siendo candoroso, y que presume tener la peor escena post-créditos del año.

 La premisa permanece intacta: Greta (Vega) recibe de manera imprevista la noticia que su tía Ofelia, a quien recuerda vagamente, falleció y le ha heredado toda su fortuna, entre ella una vetusta mansión en la cual todavía vive la sigilosa y veterana ama de llaves Evangelina (Margarita Sanz). Sólo una particular petición condiciona el testamento, consistente en cuidar a Bécquer, el amado gato negro que acompañó a la tía durante varias décadas. Así, la chica junto con sus tres mejores amigas/roomates arriba a la nueva casa hasta que…Henry Bedwell desecha la idea de explicar cómo incidirá la presencia de la mascota en las cuatro mujeres, todas ellas escépticas, para mejor inclinarse por los sueños febriles que Greta va teniendo cada vez de manera más frecuente relacionados con un oscuro episodio que involucra a su tía, como si de un error de raíz incubándose en la mansión se tratara.

Quien escribe esto, decidió dejar para el final la tan publicitada 3D de Más Negro que la Noche. En efecto, el uso de dicha tecnología está bien aprovechado en lo técnico con su profundidad de campo y sus planos abiertos; pero Bedwell es incapaz de que sea funcional en lo narrativo. Al carecer de estilo e ideas propias, el calzarse los lentes es para presenciar sustos muy baratos (ese retrato de la tía que se mueve), lugares comunes (alucinaciones que pone a prueba la cordura de las protagonistas, puertas que cierran sin motivo aparente, el personaje de la ama de llaves apareciendo inoportunamente…) y muertes que buscan ser más explícitas. Una cosa es ser un entusiasta en el género y otra muy distinta un conocedor de los tempos, códigos y resortes que mueven a este.

¿Y ahora quién va a ser el atrevido que quiera filmar el grandilocuente remake de Veneno para las Hadas?

Por Alberto Acuña Navarijo / @loungeymartinis