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cinema movil un dia en ayotzinapa 43 1Tras casi seis meses de un crimen que ha arrojado indolencia e inoperancia gubernamental, desinformación abismal, impunidad, una serie de contradicciones y un activismo que va desde el más comprometido y recalcitrante hasta el más superfluo y oportunista; se estrenó Un Día en Ayotzinapa 43, el tercer largometraje del realizador Rafael Rangel, después de dos inmersiones sórdidas y muy personales por la esquizofrenia citadina (la ominosa ficción llena de simbolismos El Principio de la Espiral, con su adolescente de tendencias suicidas que regresa al seno materno; y Preludios: Las Otras Partituras de Dios, documental enfocado en aquellos anónimos músicos callejeros que se mueven entre la marginalidad y el delirio).

Centrándonos en el filme que nos confiere, ¿qué es Un Día en Ayotzinapa 43? No, no es un reportaje que beba de los más consabidos y chantajistas tics televisivos. Tampoco es cine panfletario. Ni un acercamiento a la cotidianidad de ese pueblo guerrerense para rastrear dónde y cuándo nació el huevo de la serpiente (traicionando de paso el título mismo del filme). Ni una reflexión intimista acerca de la ausencia (en la vena de Retratos de una Búsqueda o La Hora de la Siesta). En cambio, sí es un bien intencionado video casero digno de You Tube aspirando a ser un documental de gran aliento, carente de la mínima disciplina, ya no se diga de una construcción narrativa y dramática.

Tenemos pues un impulso por querer grabar lo que se pueda, lo que se encuentre a la mano, a tan sólo treinta días de los hechos ya por todos conocidos, premura que vita cualquier hondura, investigación, preparación. La película abre con un elíptico viaje por carretera hasta llegar de noche a la localidad, la cual recibe al director y a su fotógrafo con dos mantas en las que aparecen los retratos de los 43 normalistas desaparecidos. El camino pedregoso los llevará a las puertas de la Escuela Rural Raúl Isidoro Burgos. Fade out. Una voz en off que niega el acceso delata que el cineasta se ha aventurado a la expedición sin tener algo en concreto.

Ni siquiera la presencia de Ernesto Guerrero Cano “Marlboro”, uno de los sobrevivientes de aquel fatídico 26 de septiembre, articulado, elocuente, inclusive carismático, es suficiente, cuando se opta por repetir desde diferentes ángulos, ese multi-citado ataque al palacio de gobierno de Chilpancingo a falta de más material. Un video artero y tramposo que se beneficia de su contexto y de un público que ya se encuentra predispuesto. No resultó extraño entonces cuando el documental tuvo su exhibición en Cineteca Nacional en marzo pasado, el escuchar al término de la función un colérico “¡Pinche Peña Nieto!”, sin reparar en la calidad de la obra ni que se había pagado por un boleto para que se les dijera lo mismo que cualquier medio medianamente confiable ha hecho durante semanas enteras. Aquí cabe por supuesto la pregunta: en otras circunstancias y con otro tema menos álgido, ¿la cinta hubiera merecido un estreno en sala?

Llegamos a un año de Ayotzinapa. Dos meses después de este documental, se daría paso a Ayotzinapa: Crónica de un Crimen de Estado (de Xavier Robles, superior en forma, pero que no aporta información reveladora). Queda pendiente pues, un documental definitivo en torno al tema, pero sin duda este surgirá cuando se sustituya la simple urgencia de filmar por el fondo.